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La civilización es una moneda de dos caras. Una es brillante y estéticamente adornada con rasgos placenteros que inducen a los más elevados elogios.La otra, la que nadie se obstina por ver, carece totalmente de brillo. Su color es dolorosamente semejante al rojo ennegrecido de la sangre expuesta. Nadie ha podido recrear en ella un dibujo agradable a la mirada. El paso de la civilización, eventualmente arriba a un plano aceptado y elogiado por la sociedad.Desgraciadamente, esta misma sociedad que disfruta de todas las conveniencias ofrecidas en su mundo civilizado, ignora por completo la triste trayectoria que la elevó a ese plano.Contundentemente, el precio de la civilización es pagado dolorosamente por las víctimas que caen a su paso. Por más de cinco mil años, la escena se ha repetido implacablemente y sin misericordia.En el siglo XVI de nuestra era, durante la colonización española de las islas del Caribe, se manifestó el peor ejemplo del daño incalculable que puede causar la imposición de una civilización sobre otra.En las islas caribeñas de Puerto Rico, Santo Domingo y Cuba, vivía para ese entonces una sociedad conocida como los taínos. Eran cientos de miles los habitantes de este hermoso archipiélago. La ignorancia, unida a la crueldad con la que los conquistadores impusieron su civilización sobre los taínos, tuvo como consecuencia la desaparición de la sociedad taína de la faz de la tierra. 
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